Que la Argentina necesita una reforma tributaria no es ninguna novedad. Tampoco es una novedad que nuestro país se ha transformado en un “infierno tributario”, donde el peso del sector público consolidado muestra su ”voracidad” a través de una enorme cantidad de tributos, que destruyen cuanta actividad privada se interponga en su camino. Sin embargo, el gobierno planea una especie de “reforma tributaria” sin bajar de impuestos. Conceptualmente, implicaría incrementar la carga fiscal a ciertos sectores de nuestra economía con “mayor capacidad contributiva”. En lugar de bajar la base imponible tributaria, buscarían aumentarla con aquellos contribuyentes que reflejen mayor capacidad económica, en términos de rentas, patrimonio y consumo privado.
Aunque el gobierno opine lo contrario, la baja de impuestos podría aliviar al sector privado “asfixiado” de tantos impuestos y constantes regímenes de información que deben presentar constantemente. La evidencia demuestra que a pesar de la permanente presión impositiva, la recaudación se encuentra en su mayor caída en términos reales. En este contexto, no existen incentivos a la inversión y a creación de empleos. Los costos totales que soportan las pequeñas y medianas empresas “erosionan” sus rentabilidades, y no permiten mejorar su competitividad que les permitan recuperarse rápidamente de la crisis.
Es cierto que la presión tributaria no es el único factor limitante del crecimiento del producto a largo plazo, pero la mayor carga fiscal no permite aumentar las inversiones privadas ni mejorar los ingresos del sector público, que ha sufrido una fuerte desaceleración el último mes en términos reales, a pesar de los ingresos de los saldos anuales de Ganancias y Bienes Personales que vencían originalmente en Junio.
La otra cara de la recaudación, es el gasto público que no cede frente a los enormes esfuerzos económicos que realizan los contribuyentes golpeados por la crisis. La gran transferencias por ATP e IFE, junto con créditos a tasa cero representan 5.2 % del PIB. Monetizar el déficit no ha resultado para resolver los problemas que provocan los regímenes de alta inflación. No existe otra alternativa que seguir el camino de una mayor austeridad presupuestaria para permitan mejorar la performance crediticia y dejar de recurrir a la permanente monetización del déficit.
Frente a esta situación, es necesaria una baja de la carga tributaria, y no seguir con las ideas “creativas” de seguir subiendo impuestos. Con un déficit fiscal primario este año oscilando entre 7 y 8% del PIB, es necesario retomar las sendas del equilibrio fiscal de las cuentas públicas el próximo año, expresado en el próximo presupuesto 2021. Es importante mostrar señales de ordenamiento fiscal, sin recurrir permanentemente a la asistencia monetaria del Banco Central (BCRA). Ya sabemos los problemas que esto ocasiona.
A pesar del arreglo de la deuda externa, el plano fiscal y cambiario no brinda tranquilidad para pensar en el largo plazo. Por eso, no hay margen para seguir subiendo impuestos. Es necesario eliminar impuestos distorsivos de manera urgente y aplicar incentivos para la generación de empleo. También es clave sanear las cuentas públicas, estabilizar la economía y avanzar en acuerdos comerciales que garanticen el ingreso de divisas para el cumplimiento de las obligaciones contraídas. De esta manera, se podrá recuperar nuevamente la confianza para que los capitales lleguen y podremos lograr una recuperación económica, de la mano de las inversiones. Es cuestión de empezar a generar buenas señales.
Fernando Del Puerto
Director, Puerto Económico
Fernando@fdelpuerto.com
Twitter: @fernadp
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